El banco malo: El timo Ponzi más grande de la historia

¿Me creería usted si yo le dijese que ha participado sin saberlo en una estafa piramidal?


Carlo Ponzi fue un emigrante italiano en los Estados Unidos de los años 20 que, con una mano delante y otra detrás y sin formación alguna, logró montar una gran estafa basada en la promesa de una alta rentabilidad a los ahorradores. 
El timo consiste en que los inversores reciben los intereses de su propio dinero invertido o del que aportaban nuevos incautos. La magnitud de la operación hizo que desde entonces el timo piramidal se llamara Esquema Ponzi.
El drama de los sellos de Fórum Filatélico reproducía a la perfección la historia de Ponzi, sin embargo, existe otro ejemplo de mucha mayor magnitud en el que usted probablemente ha participado.
Me refiero a la burbuja inmobiliaria en España y quiero explicar por qué.
En este esquema Ponzi la cúpula de la trama es colegiada: son los promotores, las inmobiliarias, los bancos y en cierta medida las administraciones públicas, representadas especialmente por los ayuntamientos; mientras que los incautos -no hace falta que lo aclare mucho- somos los ciudadanos españoles.
Esta versión del timo tiene ciertas peculiaridades porque normalmente en un esquema Ponzi se invierte en un producto financiero, abstracto e intangible, o de compleja tasación como los sellos, mientras que en el caso que nos ocupa la inversión han sido los pisos y subsidiariamente el suelo, que son bienes inmuebles y que por cierto son también productos necesarios para vivir.
De alguna manera la idea de que “los pisos nunca bajan” -ese mantra inducido que predicaban tus padres, vecinos y amigos, y que llegó a tener rango de ley en el hogar medio español- produjo un incremento desmesurado de la demanda, que era por una parte real, con decenas de miles de parejas jóvenes que necesitaban vivienda, y por otra, pura especulación.

Es en este segmento donde me gustaría retratar a cada uno de los miembros de la pirámide. Justo por encima de las familias jóvenes, en el primer escalón de la pirámide, se encontraban las familias de clase media que invirtieron sus ahorros en un par de apartamentos para sacar 40 ó 50.000€ de beneficio. En un peldaño superior estaban los chiringuitos inmobiliarios que con tan sólo un local y una impresora colonizaron todas las calles de España. Su negocio se limitaba a vender 3 ó 4 pisos al mes y vivir de las comisiones. Casi en paralelo a las oficinas inmobiliarias florecieron las sucursales de cajas de ahorros -Caja Galicia abrió en Zaragoza, Caixa Penedés en Logroño, Ibercaja en Sevilla…- porque a razón de 6 ó 7 hipotecas al mes y un crédito a un promotor las cuentas salían. Por encima de ellos, en la cúspide de la pirámide, estuvieron los promotores inmobiliarios y los constructores, medianos y grandes, que sin poner ni un solo céntimo impulsaron bloques y bloques de viviendas. Apalancaban el 100% de la compra del suelo con un crédito de la caja de turno, para después, con los primeros pisos vendidos sobre plano, pagar al arquitecto y a los proveedores. Un negocio seguro porque siempre “nos los quitaban de las manos”.
Conforme la pirámide se hizo más grande y era cada vez más difícil meter a nuevos incautos en el timo, todos se pusieron manos a la obra: pisos más pequeños, en solares cada vez más lejos para abaratar costes, créditos más baratos y sin garantías, plazos de hipotecas hasta 35 y 40 años, incluso ayudas fiscales o una legislación más laxa para permitir mayor apalancamiento a los promotores y constructores.
El día que un joven X se negó a comprar un piso de 50 m2 a 20 km de su ciudad por el que pagaría la mitad de su salario durante toda de su vida, todo se vino abajo. O eso es lo que nos han hecho creer…


Hasta aquí la crónica de los hechos le resultará de sobras conocida, pero qué le parece si le digo que la cúpula de la trama está preparando una jugada maestra para sostener este gran pufo, y peor aún, que quieren seguir lucrándose con él.
La historia sigue así: la ley de la oferta y la demanda –que es inmutable en economía- ha modificado el mercado a pesar de todos los intentos por controlar la situación, provocando caídas que van desde el 35% al 50% en el valor de las viviendas. No obstante, esta caída del valor no se ha visto reflejada con carácter general en los precios reales de compra venta. Esto se debe a que las cajas y bancos han acumulado una ingente cantidad de pisos y suelo, y para ellos aceptar las pérdidas reales en sus balances hubiera supuesto que, todos sin excepción, se fueran al garete.
La jugada maestra se llama “Banco Malo” y a falta de conocer sus reglas exactas que están negociándose durante estos días, se resume del siguiente modo: El Estado crea una entidad (“Banco Malo”) que asume todos los activos tóxicos (viviendas y suelo) de las cajas y bancos pagando por ellos el valor que tienen contabilizados estos en sus balances, con una minoración máxima (del 35% para los pisos terminados y el 60% para el suelo) para sanear las cuentas del sistema financiero e ir vendiendo desde esta nueva entidad pública todo ese stock de inmuebles con el paso de los años.
Las claves de esta operación a gran escala son las siguientes: Las cajas y bancos han asumido por decreto nuevos valores para sus activos tóxicos (minoraciones máximas del -35% pisos y -60% suelo). Y tras el nuevo panorama contable los que no han pasado la prueba del algodón han sido (o lo serán) nacionalizados con el dinero del rescate mientras que las cajas y bancos más solventes mantienen su independencia pero también han recibido fondos adicionales, a través del FROB (Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria) con el pretexto de fusionarse entre sí o adquirir cajas en apuros. Unos y otros han recibido (o recibirán) dinero de los ciudadanos se mire por donde se mire.
La mejor parte viene a continuación: ¿Cómo saben que los pisos valen ahora como máximo x -35%? Sencillamente no lo saben ni lo pueden garantizar porque el mercado está vivo y se mueve por la oferta y la demanda. Y sin embargo todos ven oportunidades en el “Banco Malo”: los bancos y cajas quieren ser los que tasen de nuevo los precios antes de cederlos, las inmobiliarias quieren comercializarlos y los constructores se conforman con que se los quiten de las manos. Y aunque no se fían los unos de los otros, sí que están completamente de acuerdo en que el “Banco Malo” debe asumir la diferencia entre el valor de cesión y el precio de la venta final.

A modo de ejemplo en Irlanda, con una burbuja similar a la nuestra, los activos tuvieron una depreciación final del 60% y el “Banco Malo” –los ciudadanos irlandeses- asumieron todo el margen de pérdida.
Efectivamente el “Banco Malo” – el estado, todos los españoles- vamos a pagar –por segunda vez- la fiesta de la burbuja inmobiliaria. Los pisos bajarán de precio sí, pero los márgenes de bajada la pagaremos entre todos; nuevos jóvenes podrán comprar casa sí, pero el sistema se ha asegurado que la diferencia hasta hacer sostenible este gran timo Ponzi, corra de nuestra cuenta. Por otra parte, el “Banco Malo” será el principal interesado en que los precios no se desplomen demasiado y a buen seguro procurará intervenir el mercado para sostener artificialmente la burbuja -otra vez-, y si bien ya no dará los réditos del pasado, sí seguirá generando beneficios a la cúspide de la pirámide.
Llegados a este punto no podemos evitar preguntarnos ¿dónde están los 7 billones de dólares ahorrados que hay en España? Cifra que da idea de todo el beneficio generado en los años del boom (145.000$ por español) pero que se concentra en los bolsillos de unos pocos.  Casualmente en los mismos que ahora vamos a rescatar: promotores, constructores, directivos de banca… Parece una puta broma pero no lo es.
¿Una alternativa? Por ejemplo: que usen esos 30.000 millones de euros (la cifra que se baraja para inyectar en el “Banco Malo”) y compren 300.000 pisos (a una media de 100.000€) para otras tantas familias en apuros y que paguen una renta de 250€ al mes con la que el Estado recupere la totalidad del dinero en 30 años. Pero no lo verán.
Ponzi estaría orgulloso de nosotros.

(Publicado en Diario Progresista el 24 de agosto de 2012)
Autor: Raul Olivan

3 comentarios

Los comentarios están cerrados.