La caída del Rey Emérito y el Temor a la III República

Con oro amarillo y trozos blancos de jade comprábamos canciones y risas
y, ebrios, meses y meses, nos burlábamos de reyes y príncipes
Con nosotros estaban los más sabios, los más valerosos entre los Cuatro Mares,
hombres de pensamientos tan altos como las nubes…

Li Po o Li Bai (701-762)

Seguimos con el diario “Conversaciones en el Café Columbus”

En la barra del Café Columbus sólo están Félix Sánchez y el camarero marroquí, Hicham. El propietario está un poco abatido, parece que le ha afectado mucho la abdicación del monarca. Le veo reticente a iniciar una conversación. A pesar de su decaimiento, canta, al igual que los españoles cuando algo va mal, y se mueve inquieto de un lugar a otro.

El televisor pequeño del salón está apagado, pero se ve la muda imagen de Juan Carlos I leyendo el esperpéntico comunicado. Una línea escueta dice: El rey renuncia al trono de España. Félix Sánchez, que presiente lo peor, no quiere escuchar nada y enciende la radio para intentar distraerse con la emisora Kiss FM, especializada en canciones de los años setenta, españolas e internacionales.

Félix teme que llegue la III República y que España salte en pedazos. Una vez, tras analizar los graves problemas e injusticias que viene sufriendo el país durante los últimos años -lo que se ha agravado con la crisis-, me dijo lacónicamente: ¡Ojalá que no haya sangre! Con esa sentencia resumió todos sus miedos y preocupaciones.

Para evitar hablar de política, lo que sigue desquiciando a mucha gente de este país, le pregunto si se espera algún crucero hoy.

– No se espera nada para este martes, pero el domingo van a venir dos. Parece que son bastante grandes.

Cartagena, 4 de junio, temperatura 30º, cielo azul, brisa marina

Al día siguiente me encuentro al camarero Ángel (se apellida Sánchez, al igual que el dueño), y al ver su cara abierta, alegre y sonriente, le pregunto:

– ¿A ti también te ha afectado la abdicación del rey?

Por la expresión de su rostro veo que le es indiferente que el jefe de Estado sea Juan Carlos o Felipe o José Mota. El quiere (además de seguir enamorado platónicamente de Sofía Loren) que los dirigentes lo hagan bien y que haya limpieza y transparencia. Eso es todo.

– Tengo otras cosas más importantes de las que preocuparme- me contesta el hombre, que frisa con los cincuenta, y que es, a mi juicio, un gran descubrimiento humano, un excelente portavoz del sentir pueblo.

– Yo creo que la monarquía tenía sentido en tiempos remotos cuando algún héroe salvaba a su pueblo de una catástrofe y era divinizado. Cuando alguien inventaba algo útil para la humanidad, como la rueda o la escritura, y la gente premiaba a ese ser mítico, etc. Pero ahora ¿Qué sentido tiene mantener a una casa real con innúmeros lacayos, niñeras, jardineros, cocineros, masajistas, portavoces, aduladores, carroñeros de la prensa rosa, etc.? – le digo intentando que no me escuche Félix Sánchez que está desayunando en una mesa del salón con su mujer y un amigo, visiblemente afectado por la renuncia al trono del monarca.

Ángel sonríe con malicia y bromeamos un poco acerca de las caídas del rey y de los chistes de la prensa humorística –principalmente de El Jueves-, que no pierde la ocasión para ridiculizar los despistes de Juan Carlos o retrata con sarcasmo hechos cotidianos de la familia real, lo que recuerda, con un poco de imaginación, a las acuarelas de los hermanos Bécquer sobre “Los Borbones en Pelota” que están firmadas bajo el seudónimo SEM[1].

Miro al pico esquina del local y veo que han cambiado el viejo televisor de ayer por uno moderno de plasma. Se trata de contemporizar con la copa mundial de fútbol Brasil´2014.

Ya en la calle recuerdo un poema de Li Po o Li Bai, titulado Carta de un Desterrado, que dice:

Con oro amarillo y trozos blancos de jade comprábamos canciones y risas

y, ebrios, meses y meses, nos burlábamos de reyes y príncipes

Con nosotros estaban los más sabios, los más valerosos entre los Cuatro Mares,

hombres de pensamientos tan altos como las nubes…

Blog del autor: Nilo Homérico