Aumento del control militar sobre la economía y la política

Para cambiar el mundo, es importante en primer lugar tener una idea cabal de cómo funciona. Para esta tarea, ciertas lecturas son realmente clarificadoras al ayudar a comprender mejor la realidad, lo que sin duda es de gran importancia para su posterior transformación en un sentido emancipador. Por ello, es importante formarse intelectual e ideológicamente con lecturas que constituyan una valiosa aportación al respecto. Entre estas lecturas recomendadas, encontramos tres títulos que abordan el fenómeno del poder y sus élites desde distintos ángulos. Nos referimos concretamente a la obra de Charles Wright Mills La élite del poder, la casa de la guerra. El Pentágono es el jefe, de James Carroll, y Seguridad nacional y doble gobierno, de Michael Glennon.

El libro de Mills es un clásico de la sociología, al igual que el propio Mills es también una referencia obligada en este mismo campo del conocimiento. Sin embargo, la mayoría de la gente desconoce esta obra en la que el autor desarrolla un estudio sociológico de la élite americana desde su formación hasta los años 50. Mills no sólo describe la evolución de esta élite, sino que, lo que es más importante, explica el enorme poder que ha llegado a concentrarse en sus manos. En su disección de la élite estadounidense, Mills explica cómo este grupo constituye la minoría que toma las decisiones sobre las cuestiones más importantes en un momento que, en última instancia, es definitivo para la vida histórica de un país. Esto le lleva a hablar de los distintos miembros de la élite gobernante, como los muy ricos, los altos ejecutivos, las empresas ricas, los llamados señores de la guerra, el consejo político, las celebridades, etc., y que engloba a tres grupos claramente diferenciados: la élite militar, la élite empresarial y la élite política.

Del mismo modo, Mills expone la mentalidad de la élite, pero también todas aquellas características que la definen como tal en el contexto de la sociedad americana de los años 50. Nos muestra cómo se relacionan entre sí, sus antecedentes, su sentido de pertenencia a un grupo muy exclusivo, etc., y que, en suma, constituyen elementos que los hacen conformar una clase social diferenciada. Pero lo más importante de su análisis es que el poder nacional reside en las esferas económica, política y militar, cuyas estructuras respectivas constituyen el triángulo de poder sobre el que se asienta la élite dirigente. El fruto del trabajo que existe entre estas estructuras es una creciente coordinación en la cúpula de estos dominios y, por tanto, entre los círculos dirigentes estadounidenses de militares, empresarios y políticos. Estos jefes constituyen camarillas interdependientes cuyas interconexiones e intereses coinciden, lo que los convierte en un grupo coherente.


Es interesante observar cómo Mills destaca el papel cada vez más dominante de la élite militar en la política nacional e internacional de Estados Unidos. La influencia de este grupo en las decisiones que se toman en el ámbito político y económico llega a ser decisiva, lo que se debe a que son ellos los que elaboran las sugerencias y demandas que posteriormente aprueba el gobierno. Así, las decisiones formalmente adoptadas por el gobierno resultan ser las aprobadas por el alto mando militar, que es el que presenta sus alternativas. Todo esto, a su vez, ha dado lugar a un creciente control militar sobre la economía para adaptarla a las exigencias de la guerra, lo que ha llevado a la militarización de la economía, hasta el punto de estar organizada por y para la guerra. Esto ha supuesto que la economía y el ejército se hayan fusionado en sus estructuras, hasta el punto de que la concentración de la economía ha supuesto el crecimiento del poder militar que, en última instancia, es el factor decisivo en la organización de la economía. La importancia de esta conclusión se ve reforzada por la realidad de que el Pentágono es, hoy en día, la principal y más importante potencia económica de Estados Unidos, con un presupuesto de medio billón de dólares y una plantilla de unos 5 millones de empleados a su servicio.

La presencia militar no se limita a la esfera económica y política, sino que también se manifiesta en el campo de la investigación a través del desarrollo científico y técnico, que depende principalmente de las inversiones multimillonarias que el Pentágono realiza a través de «sus contratos» con las universidades. Así que hay una militarización de la ciencia, pero también de la educación. Asimismo, los militares también están presentes en el ámbito de la comunicación y el mundo audiovisual, tanto para imponer sus propias ideas como para moldear el imaginario colectivo con el fin de crear una percepción social positiva de las instituciones militares. Esto se expresa en la industria del cine, pero también en la radio y la televisión. Todo esto forma parte de una tendencia dominante en la sociedad estadounidense, que es la del militarismo, hasta el punto de que los militares han dejado de ser un medio para conseguir fines políticos debido a la creciente presencia e influencia de los militares en los círculos de poder que toman las decisiones importantes. Así, los militares no son un medio para el poder civil, sino que buscan sus propios fines y transforman otras instituciones en instrumentos a su servicio.

El militarismo pretende someter todos los ámbitos de la vida a una lógica militar. Pero esto no excluye la existencia de una coincidencia de intereses y una coordinación de objetivos entre militares, políticos y empresarios. Existe una complementariedad e intercambiabilidad mutua que les da unidad y cohesión, a lo que hay que añadir una mentalidad de élite común y un sentido de pertenencia. Todo esto significa que, en la práctica, es un pequeño grupo de personas el que toma las decisiones importantes en nombre del país en su conjunto, en el que los líderes militares desempeñan un papel dominante. En última instancia, Mills concluye que en Estados Unidos mandan el caudillo y el líder empresarial, mientras que el poder y la influencia del político profesional han disminuido.

En cuanto al libro de James Carroll, cabe destacar que se trata de un estudio histórico sobre el nacimiento y desarrollo del Pentágono. El autor, hijo de un general de contraespionaje de las Fuerzas Aéreas de EE.UU. que ha estado destinado en el Pentágono durante las dos últimas décadas, ofrece una investigación de primera mano que recorre todos los entresijos de esta institución militar, que se presenta como una gran entidad burocrática que domina la política nacional e internacional estadounidense. De hecho, Carroll describe el Pentágono como un centro de poder burocrático a gran escala que ha desarrollado fuerzas impersonales fuera de control. La alta concentración de poder en manos de esta institución ha hecho que desempeñe un papel central en la vida nacional de Estados Unidos al coordinar las fuerzas económicas, políticas, tecnológicas, culturales y académicas del país.

Es muy interesante la multitud de ejemplos concretos que ofrece Carroll para demostrar cómo el poder militar acaba imponiéndose a todos los demás poderes. Tanto es así que en la práctica son los militares los que ejercen el poder real, aunque en una apariencia fijada por el constitucionalismo del sistema político estadounidense. Sin embargo, existe una dependencia del liderazgo civil-político con los militares. Esto se ve, por ejemplo, cuando los generales se negaron a permitir que el Secretario de Defensa Robert McNamara viera los planes de guerra nuclear del Pentágono, argumentando que no tenía autorización. O cuando el propio Pentágono se encargó de todos los preparativos y detalles del lanzamiento de las bombas atómicas sobre Japón durante la Segunda Guerra Mundial sin ninguna supervisión civil, ni siquiera del presidente. El propio Carroll llega a argumentar que una autoridad tan dependiente de las estructuras subordinadas no es una autoridad en el sentido real de la palabra, tal y como sucede en la relación entre la autoridad civil y el poder militar que él mismo describe a lo largo de su obra.


A diferencia de otras guerras en las que participó Estados Unidos, en 1945 no hubo licencia para las tropas, sino sólo una parte de ellas. El Pentágono, que en un principio fue diseñado para coordinar las fuerzas militares mientras durara la guerra, se convirtió en un marco burocrático y militar permanente que desde entonces concentra la mayor parte del poder nacional en Estados Unidos, pero también el poder internacional. Las condiciones históricas que lo hicieron posible fueron, por un lado, la retención de una gran parte de las tropas alistadas en 1945, pero sobre todo la distorsión de la realidad internacional avivando el miedo a la amenaza soviética para favorecer las ambiciones del poder militar, y por otro lado la situación de una sociedad y una economía organizadas por y para la guerra que requerían un alto nivel de gasto público. Todo ello facilitó la carrera armamentística y desplazó permanentemente el poder nacional de la Casa Blanca al Pentágono. Así se produjo la subordinación de la política al ejército. La toma de decisiones recayó en los mandos militares y en los asesores del Consejo de Seguridad Nacional, lo que permitió la militarización de la agenda de la Casa Blanca y el presidente se convirtió en rehén de estas fuerzas fuera de control.

Una de las conclusiones de Carroll, aunque no muy sorprendente por lo que recoge a lo largo de su obra, es que la guerra contra el enemigo exterior, representado por la amenaza soviética y el comunismo internacional, fue una guerra contra el pueblo estadounidense para aumentar el poder del ejército y del gobierno federal, de nuevo bajo el pretexto de salvaguardar la seguridad nacional. Los objetivos de la política nacional se definieron en términos militares con lo que la sociedad y toda la economía pasaron a estar al servicio de objetivos igualmente militares. Este proceso de militarización culminó con el traspaso del mando civil de la bomba atómica a un mando militar, al que siguió un espectacular aumento del gasto militar y el inicio de una carrera armamentística alentada por los propios generales estadounidenses al exagerar las capacidades militares soviéticas. El resultado de esta dinámica fue la concentración del poder nacional en manos de los militares, hasta el punto de carecer de supervisión civil y monopolizar todas las capacidades necesarias para decidir el inicio de una guerra y, en caso necesario, actuar en contra del consejo del poder político presidencial.

Además de destacar la supremacía del poder militar en la política estadounidense, Carroll plantea una idea muy interesante relacionada con la acumulación de poder del Pentágono. La organización burocrática generada en torno a esta institución militar se caracteriza por su impersonalidad, que la hace existir por y para sí misma. Esto da lugar a la aparición de una fuerza metapersonal basada en la organización militar establecida en el Pentágono, que, dado su tamaño y capacidad abrumadora, escapa a cualquier intento de control, al tiempo que ejerce un dominio indiscutible sobre la dirección política nacional. Digamos que el Pentágono es una institución con vida propia. Esto hace que el estudio de Carroll sea en cierto modo el reverso del análisis sociológico de Mills, al centrarse en la dimensión histórica de la supremacía militar en la política estadounidense y en el carácter impersonal de la fuerza que representa el Pentágono como gran entidad burocrática que despliega su actividad a gran escala. Un tema expuesto de forma brillante y elocuente hasta el punto de atrapar al lector.

Por último, encontramos el libro de Michael Glennon, que aborda la cuestión del poder en Estados Unidos desde la perspectiva de la ciencia política. En este interesante y documentado estudio sobre la seguridad nacional en Estados Unidos, Glennon, profesor de derecho internacional en la Universidad de Tufts (Massachusetts), muestra con gran claridad el funcionamiento real del gobierno federal y cómo, en contra de la imagen pública que ofrecen los medios de comunicación, áreas decisivas como la seguridad y la política exterior están en manos de un enorme entramado burocrático que opera de forma autónoma, sin control y con una opacidad casi total.

La tesis central de Glennon es la del gobierno dual, que toma, a su vez, de Walter Bagehot para explicar que en Estados Unidos hay de facto dos gobiernos. Por un lado, están las instituciones madisonianas, compuestas por la presidencia, el congreso y los tribunales, y organizadas según las disposiciones establecidas en la constitución. Es el gobierno visible el que, a la vista del público, es el que realmente ejerce el mando. Sin embargo, como explica Glennon a lo largo de su investigación, hay otro gobierno que es el que realmente establece la política gubernamental y que tiene su origen en la burocracia federal, compuesta por altos funcionarios, generales, directores de agencias de inteligencia, etc. En la práctica, esta gran burocracia es la que realmente manda. En la práctica, esta gran burocracia que permanece invisible para el público en general es la que toma las decisiones básicas que conforman la política del gobierno, de modo que limitan las opciones del presidente hasta el punto de que apenas tiene autoridad.

La burocracia de la seguridad nacional es la que realmente tiene el poder en los Estados Unidos. Sin embargo, las instituciones constitucionales sólo cumplen una función de legitimación de este entramado burocrático, que se oculta a la opinión pública porque desmoralizaría a la sociedad y le haría perder la fe en su gobierno. Esto demuestra que la presidencia norteamericana no es una institución piramidal en la que el presidente da órdenes que la burocracia se encarga de ejecutar, sino que la situación real es la contraria en la medida en que los generales y almirantes han conseguido poner a los jefes de departamento bajo sus órdenes, o los cargos políticos delegan directamente en los burócratas la elaboración de las políticas gubernamentales. Así, hemos descubierto que esta red de altos funcionarios se encarga de redactar la legislación que luego se aprobará en el Congreso sin que ellos sepan realmente lo que se aprueba.

Las disposiciones constitucionales son «papel mojado», como ocurre con la separación de poderes, porque ni siquiera el Congreso tiene capacidad para supervisar la política de seguridad del poder ejecutivo. Además, los propios comités de inteligencia que existen en el Congreso y el Senado, lejos de supervisar la actividad de la burocracia, se encargan de proteger a las principales agencias de espionaje, así como de evitar recortes presupuestarios, en lugar de proteger al público de sus transgresiones. Asimismo, el poder de los altos funcionarios está fuertemente respaldado por el hecho de que los senadores y diputados delegan en ellos la toma de decisiones, dándoles vía libre para decidir según sus intereses.

Esta red de burócratas, que tiene su origen en la época del presidente Truman y cuyos miembros Glennon denomina «trumanitas», es la que determina las líneas generales de la política gubernamental y toma las principales decisiones que el presidente se encarga de legitimar con su firma. Constituye un gobierno en la sombra que escapa al escrutinio público.

El secreto, las amenazas exageradas y el conformismo son las principales características del gobierno en la sombra. Sus miembros son los que conforman el interés nacional de EE.UU. por encima de cualquier administración que eventualmente ocupe la Casa Blanca. Las políticas que diseñan y aplican se vuelven tan fuertes que los nombramientos políticos no pueden escapar de ellas, ni tampoco los sucesivos presidentes. El principal objetivo de esta red de burócratas es garantizar la estabilidad y el mantenimiento del statu quo, lo que se manifiesta en la continuidad de las políticas de seguridad nacional entre diferentes presidentes, como ocurrió con Bush y Obama.

En definitiva, se trata de una obra fundamental y necesaria para entender el funcionamiento del gobierno estadounidense y la lógica que sigue la élite dominante de este país en los procesos de toma de decisiones, y que desmonta el mito de que las caras visibles de las instituciones oficiales, como es el caso del presidente, son las que realmente tienen el mando.

En conclusión, puede decirse que los tres trabajos aquí examinados constituyen una valiosa investigación para entender el funcionamiento del sistema de dominación vigente en Estados Unidos, y que por extensión nos permiten tener una idea de su funcionamiento en el resto de los países con regímenes constitucionales y parlamentarios. Desde un punto de vista diferente, autores con distinta formación intelectual y biográfica, se extraen conclusiones similares sobre la primacía de la institución militar como columna vertebral del Estado y el sistema de poder que sustenta. Esto nos da una idea general, pero al mismo tiempo bastante aproximada, de la lógica sobre la que se articulan las relaciones de poder y la organización de la sociedad, que también sugiere vías para su desarticulación. Estas rutas pasan por el fin de una institución tan desastrosa como el ejército, protagonista de innumerables guerras y responsable de la pérdida de incalculables vidas humanas, sin olvidar los cuantiosos daños económicos causados al pueblo en forma de impuestos y empobrecimiento. Formas que, en definitiva, implican la abolición del Estado, cuya convivencia social forzada impone a través de la institución militar.

Esteban Vidal

Traducido por Joya

Original: le-libertaire.net/larmee-controle-militaire-croissant-leconomie-politi